- Hola, Rosa.
- ¿Qué tal, Silvia?
Rosa acababa un duro día de trabajo en la oficina. Ese día no podía más con su alma y su cuerpo. Solo quería responderse a tantas preguntas como le llegaran a su cabeza. Rogaba a Dios que le ayudase en su problema, ya que por ella misma, en ese momento no podía. Era sobre su trabajo. Ese problema lo llevaba cada día a su diario, antes de acostarse.
- ¿Desayunamos juntas? -preguntó Silvia-. Te veo algo decaída.
- Venga, vamos.
Las dos se sentaron en la tercera mesa, junto al cristal, lleno de gotas de agua, por ser un día lluvioso.
- Verás, estoy atravesando una crisis laboral bastante importante -dijo Rosa-.
- Cuéntame. ¿Algún compañero? -preguntó Silvia-.
- Sí. Es compañera, y a la vez quiere hacer de jefa conmigo. Es una persona con un carácter muy difícil. No hay quien la soporte. De pronto te dice "corazón" o "cariño" y poco más tarde te alza la voz y te manda al carajo. Así no se puede trabajar. A lo largo de mi vida laboral he pasado por muchos sitios, pero como este no he visto ninguno -dijo Rosa-.
- Lo más probable es que tenga algún problema psicológico, mezclado con que pueda ser una sinvergüenza por todo lo alto -dijo Silvia-.
- Lo malo es que no sé qué hacer. No quiero darme de baja, porque pienso que la salud mental es primordial. Tampoco sé si podré irme a otro departamento. Por último, tengo la posibilidad de renunciar, pero me penalizan con dos meses sin trabajo -dijo Rosa-.
- Consúltalo, háblalo con tu jefe. Estas cosas hay que hablarlas con los superiores y contarlas a las personas responsables. No lo dudes -dijo Silvia-.
- Sí, ya no puedo más. Ayer llegué a esa conclusión y lo voy a referir esta tarde. Gracias, Silvia -dijo Rosa-.
- Bien hecho -dijo Silvia-.
Teresa Ribello.