Carlos tenía por delante dos alternativas para pasar el domingo: estar en familia, o con sus amigos. La segunda opción se trataba de pasar un día de montaña y llegar al punto más alto de los montes Azunates. Todo muy tentativo, el único inconveniente es que Carlos tiene miedo a las alturas y eso le provocó gran desilusión, porque le hubiera venido muy bien la escapada al aire puro. Así que no le quedó otra elección que transcurrir el fin de semana en el puerto, que está lleno de entretenimiento, tiendas y bares por todos lados.
Los chiquillos no mediaron palabra ni rechistaron al respecto. Enseguida se les vio dispuestos y entusiasmados con la propuesta, sobre todo por ver los mercadillos y las tiendas, montarse en la noria, comer helado y chucherías. Era fantástico.
- Papá, ¿podremos visitar el barco carabela que ha venido para estar expuesto todo el fin de semana? A mis amigos les encanta. Es de la época de los descubrimientos y, además, dentro te explican con detenimiento el nombre de cada objeto, su funcionamiento -dijo Javier, el mayor de los hermanos.
- Está bien, yo creo que nos dará tiempo a ver muchas cosas. Aunque también vamos con los abuelos. Tenemos que ir al paso de ellos.
El plan estaba completamente diseñado para no aburrirse ni un ápice. Tantas cosas que ver y con tantas características daba para mucho.
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El día se despertó bastante soleado y con suave brisa. El timbre empezó a sonar más temprano de lo normal y es que a estos abuelos, cuando les dan vuelo para salir, o están los nietos, no hay quien les detenga. La abuela Margot lucía un sombrero de ala ancha, tipo pamela, pero más recortada.
- Hace demasiado sol y no me puede incidir en la cara. Enseguida me salen manchas -dijo Margot, retocándose la nariz-.
- Claro, y de paso ostentamos un poquito, ¿no? -dijo su marido Ángel-.
- Perdona, yo no ostento de nada. Como bien sabes, desde que me conoces, tengo la piel muy sensible. ¿Y tú? Adónde vas con esos zapatos, que parece que vienes de la guerra. Mira quién habla. Dejándome a mi por presuntuosa y él llevando unos tanques en los pies. ¡Qué mal gusto!
- Vale, ¡ya! ¿nos vamos para el puerto? -preguntó Carlos-.
(Prohibido mirar el reloj)
Teresa Ribello.
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