El recinto estaba hasta la bandera. El espectáculo empezó temprano, sobre las seis y media; poco a poco se fue llenando y no cabía un alfiler. Daba hasta un poco de miedo estar allí, rodeada de tanta gente, pensando que no podrías salir tan fácilmente si te pasara cualquier cosa.
Me gustaba ver que había guardias de seguridad por todo el recinto. Y es que, por un momento me sentía indefensa, desarmada, pensando que en cualquier momento podría pasar algo. Son las paranoias que pasan por la cabeza. Es más lo que imaginamos que lo que realmente sucede.
Bueno, lo que importaba era lo que estábamos presenciando. Digo estábamos, porque afortunadamente no iba sola. Menos mal que a mi marido le gusta la magia. En un principio íbamos a ver un recital de poesía, que también nos encanta. Iba a ser en el centro de arte literario de la ciudad, pero en vez de eso y, atraídos por un anuncio en el periódico optamos por la magia.
El joven ilusionista demostró sus grandes dotes de mago y no hizo fracasar el espectáculo. A cambio de nuestro deseo de ver un gran show, nos devolvió una función con sabor a triunfo y llena de novedades.
El número que más me impactó fue cuando el chico se cambiaba de traje con una rapidez impresionante, así de repente y sin esconderse en ningún sitio. Y es que un mago debe reunir una serie de características para llegar a ser un gran artista, pero sobre todo, creo que lo más difícil es saber actuar bajo los ojos atentos de los espectadores.
Teresa Ribello.
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