Se respiraba paz en aquella casa, aunque no faltasen los problemas. La chica que prestaba
servicios domésticos tres veces por semana ya se había marchado. Había tendido toda la
ropa, fregado la cocina y hasta le había quitado el polvo al vidrio que había en el testero
de la cocina, junto a la alacena.
Cristóbal había iba a la capital a comprar algunas cosas para reponer el negocio y eligió
esa mañana para poder hacerlo, así que cogió su pequeña furgoneta color marrón
aparcada en la acera de enfrente.
Al principio se resistió antes de salir, pues llovía intensamente.
La plaza estaba totalmente encharcada y se hacía difícil cruzar
la calle sin empaparse.
María estaba junto a la mesa del patio haciendo una de sus
aficiones favoritas. Tenía en sus manos un bastidor que portaba un bonito bordado de
naturaleza silvestre.
- ¿Así vas a salir, con la que está cayendo? -dijo María-.
- ¿Qué le vamos a hacer? Me quedaría aquí contigo, pero hay que seguir trabajando. Ya
solo quedan tres meses para la jubilación... -dijo Cristóbal-.
- Trae algo de carne para la cámara congeladora -dijo María-. Y ten cuidado.
Teresa Ribello
No hay comentarios:
Publicar un comentario