Estábamos en un viaje precioso por las islas griegas. Era el ecuador del verano. Habíamos preferido hacer un crucero porque en los anteriores viajes cogimos el avión y el tren. Este año sería distinto.
Éramos varias familias las que convivíamos en el barco.
Entre todos, había una chica a la que llegué a conocer durante el trayecto. Era alta, delgada, pelo negro liso, cortado a melena y piel clara.
Me dijo que venía de Santander y que trabajaba en la industria de las conservas de pescado. Era muy simpática y alegre. Me di cuenta que tenía una zapatilla distinta a la otra y eso me despertó mucha curiosidad. En cuanto pude se lo hice saber, porque realmente no sabía si era porque se había equivocado al elegir el calzado o si era tendencia del momento. Enseguida soltó el vaso del cóctel que estaba bebiendo y se plantó las manos a la cabeza.
- No tengo remedio. Parezco de otro planeta. No, no es tendencia, señora. Son mis despistes... -dijo la chica-.
- No se preocupe, es una de las cosas más graciosas que pueden pasar -dije yo-.
- La verdad es que tengo anécdotas en lo que llevamos de mes, que me faltan dedos para contarlas. Hace unas semanas, estábamos en Venecia, mi marido y yo, en la plaza de San Marcos. Había un gran gentío, y en un momento determinado, cuando sentí la necesidad de estrechar mi mano con la de mi esposo, sin darme cuenta, apreté la de otra persona, la cual resultó ser la de una pobre ancianita que andaba por allí-.
Teresa Ribello.
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