La rama del árbol estaba casi tronchada y caía sobre el suelo, mojada por la tormenta.
Me acordé enseguida de los años que viví en Alemania, en Baviera, cuando tuve que dejarlo todo por amor y trasladarme a aquella bonita región.
Allí estuve en un pueblo precioso llamado Lindau, casi en la frontera con Suiza y Austria, con el lago Constanza y su bello bosque de Bregenz.
Tuve que arrimar el hombro, trabajando en la empresa de mi marido. Hacía solo media jornada; después tenía que seguir en casa con el cuidado de mis hijos.
A mi parecer, fueron unos años maravillosos, en una tierra que no conocía, pero que, aunque al principio no fue plato de buen gusto aceptar aquellas costumbres y el clima, entre otras muchas cosas, después llegó un momento en el que me supe adaptar a todo aquello, subrayando la comida, que tengo que reconocer no me terminaba de cuadrar. Recuerdo, una noche que salimos a cenar mi marido y yo a un reconocido restaurante de la zona. Era en los comienzos de estar viviendo allí. Nos sentamos en la planta de arriba. Cuando empecé a leer la carta, tuve que suprimir de mi vista muchos platos por el desconocimiento que tenía de la gastronomía de la región.
Para mi sorpresa, en la tercera página leo: "Tortilla de Patatas". Era el apartado de platos internacionales y entre ellos se encontraba este exquisito plato, tan español, tan mío, que no dudé en solicitar y que me supo a gloria.
Teresa Ribello.
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