En la televisión no había nada que mereciera la pena en ese momento. Ningún canal emitía nada que fuera de su agrado. Fuera, hacía calor, pero no le impidió salir a comprar un helado para tomarlo en casa. Se puso la gorra y se dispuso a buscar algún kiosko que estuviera abierto en ese momento. Aunque sería difícil, por la hora que era y el intenso calor que hacía. La temperatura rondaba los cuarenta y tres grados. Las calles estaban desiertas.
Todo el mundo estaría en sus casas sirviéndose del aire acondicionado. La primera heladería que encontró estaba cerrada todavía. Siguió buscando, pero las demás de la competencia también se encontraban cerradas. Pero él no se opuso a seguir rastreando. Recorrió toda la ciudad, pero en vano. Pensó que si se dirigía hasta la playa, aunque tuviera que caminar algo más, vería alguna. Así que hasta allí se fue. Al fin pudo adquirir su helado en uno de los primeros puestos que vio.
El trayecto era demasiado largo. Cuando llegó a casa, su helado estaba casi derretido. A quién se le ocurre.
Teresa Ribello.
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