Cuando entró, vio que era una gran habitación alumbrada con velas de cera. A la habitación no llegaba ninguna luz de la calle.
Vio a una mujer elegante sentada en un sillón. El brazo apoyado en una mesa y su cabeza apoyada en el mismo brazo.
Le pareció una dama, un tanto rara. El vestido era de encaje y satén. Le colgaba un velo largo de color blanco. Cabello blanco, adornado con flores.
La extraña mujer no había visto la luz del sol desde hacía mucho tiempo, cosa que le costaba creer a Pip.
Le ordenaba que jugara, de una manera impaciente y a Pip solo se le ocurría correr alrededor de la habitación, pero al sentirse incapaz solo pudo quedarse mirando a la señorita Havisham.
Esta llamó a Estella, para que jugara a las cartas con Pip. Estella, lo menospreciaba diciéndole que era estúpido y que tenía las manos ordinarias y torpes.
Pip se sintió tan humillado por todo ello que no pudo evitar que se le cayeran algunas lágrimas. Cuando quedó solo, fue cuando echó a llorar de verdad.
Siempre tuvo que luchar contra la injusticia.
Teresa Ribello
GG.EE., Charles Dickens
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