- Aquí tiene su paquete, señora -dijo el repartidor, que parecía que hablaba en otra lengua.
- Me parece que se ha equivocado -dijo Alicia, fijándose bien en la dirección que había impresa en la esquina inferior derecha del envoltorio-. Además, no tengo ningún pedido pendiente.
- A ver, voy a mirar -dijo el repartidor-. Perdone, señora, pero la dirección corresponde con la calle, y el número también coincide. ¿Es usted Alicia Espinosa?
- Efectivamente, pero no recuerdo haber hecho ningún encargo -dijo Alicia-.
- Señora, estoy a su disposición para todo lo que necesite, pero mi deber es entregarle el bulto. Usted lo mira, y luego lo puede devolver cuando quiera.
- De acuerdo, gracias.
El repartidor continuó con su ruta por la ciudad, mientras Ana se disponía a averiguar qué era lo que aquel bulto podría contener.
- Roberto, ¿recuerdas aquel cuadro que nos gustó tanto en casa de los Hernández? Me lo han enviado como obsequio. Dicen que es por mi labor realizada, cuando su perro estuvo enfermo -dijo Alicia-.
- Es que eres una gran veterinaria -dijo Roberto-.
Teresa Ribello.
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